Niña en llanto

La historia detrás de esta entrada es sencilla, me he dedicado a escribir de forma muy esparcida así que tengo al menos 5 hilos -todos buenos, espero-  que modifico y reviso mas que antes. Si todo sale bien estos fragmentos tendrán ilustración y requetebién tendrán historieta, a cruzar dedos.

1.-Niñez
2.-Cavilar
3.-Lunes
4.-Ver llover
5.-Calle
6.-Visita
7.-Furtivo
8.-Contacto
9.-Niña en llanto

Una noche de aquellas con luna sonriente, se acercó una muchacha al estanque. Sus cabellos negros ocultaban un rostro bañado en tiernas lágrimas. En la tierra húmeda sus pies descalzos apuntaban al agua calmada del estanque, las ondas provocadas por sus pequeñas lágrimas llamaron la atención del Mange, un bigotudo pez color carmín.

—Buenas noches señor pez, no quise importunar. Vine a estar sola y no parar de llorar...

El pez asomó la cara sobre el agua y con cautela se aproximaba a la niña. Entonces, con un poco más de confianza, comenzó a mover su cola un poco. Al cabo de unos momentos, el pez danzaba para ella.

—Que curioso amigo vine a encontrar...

La niña sonrió un instante y pensó en voz alta “debo regresar a casa”. Se limpió el rostro con un poco de agua del estanque, dio una caricia al pececito y camino de vuelta por donde llegó. Algunas veces, la niña recorría los alrededores del estanque. Se encontró con que a poca distancia, disfrazada de montaña, había un viejo templo de piedra labrada. Pensó que tenía mucho tiempo abandonado pues las cosas que fueron de madera firme ya eran cáscara frágil.

Durante el día era común que se asomara a ver a su amigo el pez, de vez en cuando dejaba fruta para él al borde del estanque para comer juntos. Si alguna vez no se paseaba por la mañana la niña, significaba que por la tarde llegaría. Pasó algún tiempo, la joven cada vez era más hermosa y más fuerte. Entonces ocurrió que una mañana no apareció, tampoco de tarde, sino de noche. Esta vez su coleta dejaba ver su bello rostro con lágrimas rodando por sus mejillas. Se sentó sobre una roca al borde del estanque y admiro la luna en su reflejo, dejando que sus ideas se las llevara el viento. El Mange una vez más sobresalía del nivel del agua para mirar.

—Esta vez, no regresaré a casa...— Susurró la joven mirando justo a los ojos del pez.

Seguido de eso, alzó la falda de su vestido y camino al viejo templo. Se acomodó en la entrada y se dispuso a dormir. El lugar era iluminado por la enorme luna llena que hacía esa noche. A la mañana siguiente, la chica se dispuso a tomar un baño en el estanque.

—Buen día señor pez, espero no molestar...
—No es ninguna molestia, ¡pasa! que no me atreveré a mirar...
—¡Señor pez! ¡Usted habla!
—Hoy lo hago, pequeña. Y debo decir que es una hermosa mañana para pasarla con amistades.
—¿Por qué no hizo usted eso antes?
—Debo explicarme, ya que te tengo aprecio y me presento: soy Mongo, el Mange. Mongo de nombre y Mange de oficio. Mi comportamiento se debió al voto de silencio en que me encontraba. Pero mi niña, siéntate y ten la libertad de limpiar tus pies en el estanque, esta es mi casa y eres mi invitada.
—Muchas gracias, que conforta saber que no conté tantas cosas a oídos sordos.
—Los peces comunes oyen, pero no escuchan. No palabras. Y para ser justos, no soy un pez. Ni común ni de ningún tipo.
—Ciertamente lo parece, aunque los delfines no son peces y por igual viven en el agua.
—Buena observación querida, pero por favor acerca tu cabeza al agua, tengo mucho tiempo queriendo quitar de tu cabeza un bicho.

La chica se aproximó inclinándose y colocó su cabeza tocando el agua. El pez entonces hurgó detrás de sus orejas y saboreó un rico bocado. La joven sintió que se despejaba su cabeza y se destaparon sus oídos.

—Ya está, son una lata pero son deliciosos. Verás, eran gusanos.

La chica lo miró espantada.

—¡Oh! pero no de la variedad que conoces. Son de un tipo que brota de las bocas maliciosas e incuba en los oídos de la gente. Gente noble por lo general, que es tu caso.
—Es verdad que escuché cosas, no de la mejor manera.
—La falta de delicadeza no es pecado, en verdad. Pero fué en el momento justo ¿no es verdad?.
—Si Mongo, nunca creí que me lastimara.
—Pero mujercita, nada dicho está por sí mismo hecho, ni todo lo hecho será siempre dicho.
—Debo pensar...
—Cuidaré de ti mientras tanto, como tu amigo que soy.

La joven pasó todo el dia con el pez conversando de sus historias, cosas que no había modo de compartir antes.

—Entonces ¿la luna llena de anoche fue su graduación?— Preguntó a Mongo.
—¡Que va! estudiar no termina nunca. Es solo que era un periodo que debía respetar.
—Me encantaría saber más, pero estoy muy cansada y no debería dormir aquí.
—No, no deberías. Hay bichos que podrían picarte. De los comunes que sacan ronchas, nada más.

La joven se despidió y fue a pasar la noche al templo una vez más, solo que no podía conciliar el sueño. Las emociones del día anterior y este la tenían agotada, pero tampoco le permitían pegar ojo. Sentada en las escaleras del templo, veía la luna resplandecer.
De pronto otra luz robó su atención. Eran flamas entre la maleza, su familia y amigos la buscaban desde la noche anterior. Frente a ella se encontraba un descampado donde distingue a las personas del grupo gracias a la luz de llamas y luna. Del montón se separó un joven que subió las escaleras para encontrarse con ella. Ambos hablaron y se quedaron en la cima del templo hasta el amanecer, mientras sus seres queridos aguardaban acampando en el claro. Nadie fue a casa esa noche.

A la mañana siguiente bajaron juntos, cansados y tomados de la mano. Anunciaron frente a todos su compromiso. El gran alivio de encontrarla y alegría por la decisión resonaron en un mar de abrazos antes del festejo matutino, carnes, vinos y quesos se esparcieron por todo el lugar. Comieron en el piso ¡a nadie le importaba! era un lugar bello y estaban comiendo lo que les dio la tierra y el trabajo.
La joven presentó a su prometido al amigo que le hizo compañía y le había hecho ver lo necesario para aceptar su amor, Mongo el pez. Debido a esto la pareja decidió adoptar esas tierras como propias y realizar la boda en aquel claro. Para dejar afuera dudas, Mongo fue invitado a la boda y tratado como una de las amistades más íntimas de la novia. El pez se presentó a la boda como un gallardo hombre en sus treintas, de grandes patillas rojizas y elegante traje azul profundo. Nadie en la fiesta sospechaba su forma animal pero a muchos invitados y sirvientes les daba una sensación de familiaridad y quizás fuera eso lo que hizo agradara a tantos, especialmente a la dama de compañía quien la novia tuvo en bien acercar a su nuevo amigo.
Durante la celebración, los novios le propusieron a Mongo comprar los terrenos alrededor del claro:
—Precisamente pensaba dárselas, no son mías pero tampoco son de nadie más y yo pronto iré de viaje mis amigos. Es mi regalo de bodas. — contestó sonriente, convenciéndolos de que no aceptaría ningún pago por la propiedad.
Los nuevos esposos decidieron guardar la zona del templo, el estanque y sus alrededores como un hermoso —y enorme— jardín, en los que sus hijos jugarán y conocerán a Mongo algún día.